La monocromía grisácea de la pintura que
presenta Inés González Fraga no funciona tanto como la ausencia de colores,
sino como una escala de equivalencias de una paleta muy colorida, según la cual
los colores se ubican en otra dimensión. En todos los trabajos parece
comprobarse que para cada gris hay un color. Avanzando cuadro por cuadro,
ocultos entre los grises, los colores están entre paréntesis, agazapados,
detrás de esas superficies trabajadas.
Mientras tanto, lentamente, van despuntando
formas de límites irregulares asociadas a una evocación íntima del paisaje. Ya
los colores no son equivalencias ni analogías, sino que se perciben gracias a
pequeñas señales – rayitas, empastes, manchas – como si los hubiera puesto ahí
el ojo del que mira y no la mano del artista. Lo que a primera vista no se ve,
sin embargo, está bien presente y transforma tanto al que observa como al
objeto observado. Tampoco los paisajes resultan notorios. Las figura aserradas, los espacios virtuales, los límites que marcan
el paso de un matiz a otro, de una luz a otra, de una superficie y textura a
otras, van estableciendo geografías de mundos privados, para trazar los
territorios de la pintura.
Desde la perspectiva de Inés González Fraga, la pintura sería un
lugar de reflexión, una zona libre de presiones y, a priori, fuera de la
estructura de cualquier lenguaje articulado: la pintura muestra lo que no se
ve, porque finge ser innecesaria.
Fabián Lebenglik
Entre paréntesis. Pagina 12. 1996
No hay comentarios:
Publicar un comentario